No fue intuición, más fue azar como llegamos a Mulchén. Camino a Santiago desde Puerto Montt, hicimos campamento en un pequeño y hogareño hotel alrrededor de las 21.00 hrs. Ninguno de nosotros había estado allí ni teníamos mucha idea de qué lugar se trataba. Más bien pensamos que era un caserío cercano a la Ruta 5.
De a poco Mulchén comenzó a decirnos ¿ah que no? ¿que acaso el sonido de mi nombre no les dice nada? y cierto, comenzamos a escuchar historias lejanas que tenían nombre de Estación de Trenes. Luego nos fuimos enterando mediante el buscador en nuestros teléfonos móviles. Wikipedia nos mostró que sí, había una antigua Estación del Tren Ramal Coihue – Mulchén. Buscamos el significado de Mulchén, y cuan bella sorpresa leer «Halcón guerrero».
A la mañana siguiente nuestra salida a recorrer el lugar antes de seguir camino era inminente. Realmente parecía otra dimensión, un lugar que no era común de caminar en estos tiempos. «Esto sí que es patrimonio«, nos decíamos chistosamente. Casas de épocas pasadas vivas, humeantes, activas y atiborradas de plantas. Casas, caserones, mansiones, de madera, hormigón, tejuelas, tejas. Una mixtura de materiales y períodos constructivos, con arquitecturas del siglo pasado, pasando por los 40′, los 50′, los 70′ y los 80′. Todas estas vivas construcciones generando un entramado vital, coexistiendo sin ninguna necesidad de modernidad.
Esa falta de modernidad, de esa pulcritud atestada de letreros luminosos, de colores rojos, blancos y azules, estaba generosamente ausente. Las esquinas ochavadas de grandes casonas acondicionadas como vitrinas para unos pocos objetos exhibidos en tiendas vacías y calmas, con otros tiempos y tal vez ninguna urgencia.
Pero Mulchén no es pasado, es presente, y un presente ajetreado que vale la pena que siga su camino en esta otra dimensión; un lugar viviente entre dos ríos, el Bueno y el Mulchén donde aún frente a su Plaza principal un relojero arregla y vende relojes y cronómetros mecánicos. ¡Gracias Halcón guerrero! Nos llenaste de magia y esperanzas. Se puede vivir sin las grandes tiendas chinas, sin las cadenas de supermercados, con olor a ají y cilantro de la feria, con el olor del pan que está en la canasta junto a esa mujer, ahí, en esa esquina donde comienza el mercado. Con casas vacías cayendo de a poco, conviviendo con lo vivo, como si la muerte fuera parte de la vida, como si el tiempo que pasa fuera cierto.